miércoles, 6 de febrero de 2008

LOS PRIVILIGIADOS ESCARBANDO EN LA BASURA

Los privilegiados, felices escarbando en el basurero social
Los privilegiados chilenos vivimos felices de nosotros mismos y de nuestro país, pero con los pies en un basural.

Chile es un gran país de clase media, de modo que los privilegiados somos muchos. No constituimos una clase, ni tenemos los mismos intereses, tampoco —necesariamente— iguales concepciones políticas, sociales, éticas, etc.; sobre todas éstas, polemizamos con ardor pero (en general) con respeto. Nos enorgullecemos de mostrar así pluralismo y la búsqueda de acuerdos, y especialmente de cultivar la “diversidad”... la palabra, hoy, mágica y sagrada.

Algunos privilegiados lo somos inmemorialmente. Otros han adquirido esta calidad con esfuerzo, en las profesiones, las letras, las artes, la docencia, los negocios, la administración pública, el Congreso o la política. Sólo tenuemente percibimos ser privilegiados, y es en cambio muy fuerte nuestra conciencia —justificada o no— de que merecemos lo que tenemos. No nos preguntamos sino rara vez por qué ganamos tanto y los pobres tan poco, viajamos en automóvil y no en el Transantiago, atiende nuestra salud una ISAPRE y no FONASA, llevamos nuestros hijos a un colegio caro y no a una escuela pública o liceo (salvo a alguno también “privilegiado”). Y cuando, rara vez, respondemos a interrogante tan molesta, nos apresuramos a decir (y creer) que merecemos esas ventajas por el esfuerzo que gastamos para adquirirlas. Y quizás sea cierto.
Así vivimos los privilegiados chilenos, tranquilos, satisfechos.

Lo malo es que vivimos sobre un basural... el basural social de los pobres, de los antiguos pobres “extremos”, a quienes hemos quitado esta última calificación —dejándolos en “pobres” a secas— que nos molestaba, nos hacía sentirnos incómodos. Aquel basural no es culpa de los pobres, es culpa de “la sociedad”, vale decir, del Chile privilegiado, que no les ha dado la oportunidad y la posibilidad de una existencia mínimamente digna. Ellos, según la última CASEN, ganan —por familia de cuatro personas— promedio 67.364 pesos, en el primer diez por ciento de los hogares chilenos, y promedio 165.432 pesos, en el segundo diez por ciento. A ellos, a los pobres “ex extremos” (!), corresponde la cesantía de tasas varias veces superior a la media; los consultorios atiborrados y los hospitales de garrapatas; las 400 mil viviendas inhumanas; la educación nula; las mujeres abandonadas, “jefas del hogar”, y sus hijos sin padre; los porcentajes pavorosos de ilegitimidades (perdón... de “ausencia de filiación matrimonial”) y de madres adolescentes; la delincuencia infantil, y el reino de los criminales adultos y de los narcos sobre las poblaciones; la trata de blancas impune por la cual acaban de denunciarnos las Naciones Unidas, etc., etc.

Este es el basural social a nuestros pies, a los pies de los privilegiados.
Si nos lo critican, nos agachamos y —escarbando en los desperdicios— encontramos algún trozo de vidrio de colores, alguna piedrecita brillante, alguna lentejuela, que nos consuele, que nos autoengañe, que nos permita decir que las cosas “no son tan malas”, que “se exagera”, que “progresamos, quizás no tan rápido como quisiéramos pero...”, etc., etc. El viento se lleva estas palabras vacías. Por ejemplo:

1. “La prueba PISA 2007 nos muestra líderes de comprensión lectora en América Latina”.

El liderazgo consiste en que, según la prueba, de los ESCOLARES chilenos de 15 años, 15% no sabe leer lisa y llanamente; 22% apenas lee, y 28% sólo entiende “el significado de una parte limitada del texto”.

2. “La pobreza chilena ha experimentado un descenso histórico”.

En 1982, según MIDEPLAN, era 14%. En 2006, un cuarto de siglo después, también según MIDEPLAN, 13.5%. La rapidez de la tortuga.
Esto, en el inefable y sedante lenguaje de los tanto por ciento. En PERSONAS, que es lo que importa, los pobres eran 1.500.000 el año 1982 y 2.000.000, 500.000 más, el año 2006.

3. Aumento “histórico” (todo es “histórico”) de la subvención escolar para la enseñanza gratuita en el Presupuesto 2008. “9 de cada 10 niños del sistema se verán beneficiados... el esfuerzo económico más significativo que se ha hecho en la historia educativa... 900 millones de dólares” (ministra de Educación. La Segunda, 25 de enero). Juzguemos:

A) 900 millones de dólares son la tercera parte de los gastado y/o perdido en el solo Transantiago durante 2008.

B) Para la inmensa mayoría de los alumnos subvencionados, que a su vez son un 90% del total, la llamada “subvención normal” era el año 2007 de aproximados 30.000 pesos mensuales. Y debía ser como mínimo EL DOBLE, según opinión ya unánime (por ejemplo, para citar a dos personas que discrepan de este columnista en casi todo, de Carlos Peña y José Joaquín Brunner). Calculada, naturalmente, en moneda anterior a la inflación de ese año.

C) El aumento “histórico” de subvención, del 2007 al 2008, ha sido un 15%. Es mayor únicamente para los alumnos rurales, que son muy pocos, y para los “vulnerables”, punto que trataré en seguida. Luego, salvo estas excepciones, el incremento subvencional representó 4.500 pesos mensuales por alumno.

Pero, de estos 4.500 pesos, la inflación del 2007 ya se comió LA MITAD. El aumento verdadero ha sido de 2.250 pesos mensuales. La subvención era el 50% DE LA MINIMA NECESARIA al comenzar el 2007. Ahora, considerando la inflación, es 53,5%.
Resulta barato hacer historia, y tan ineficaz como no hacerla.

D) El alumno vulnerable —que necesita mayor gasto para alcanzar el mismo resultado mínimo de un alumno corriente— recibirá hasta 4º básico y desde marzo un plus, la “subvención preferencial”, de 21.000 pesos por mes.

Estos “privilegiados” son más o menos un 20% del total de subvencionados básicos.
Con su privilegio y todo, NO ALCANZARAN EL MONTO DE LA SUBVENCION NORMAL DE UN ALUMNO CORRIENTE. Sólo llegarán al 86,5% de ésta.

En educación, gastar menos del mínimo es perder todo lo que se gasta. No se puede enseñar a leer a medias.

4. El 2007, el 62% de los niños que nació en Chile lo hizo fuera de matrimonio.
Cifra, comenta un columnista de El Sábado último, que “bate todos los récords de nuestra historia y del mundo”.

Pero, aunque sabio y perspicaz, el columnista (igual que yo) es un privilegiado.

Empieza a buscarle “acomodos” a este puñetazo social. “En parte... son hijos de parejas que deciden convivir y procrear sin el contrato legal”. “Pareciera que los chilenos estuvieran optando por una informalidad en sus relaciones personales, al menos en términos legales... Quizás una expresión más del desencanto con las instituciones... No se puede concluir que (estos niños)... no tendrán un padre y una madre... Quizás sí crecerán con sus padres, sólo que éstos no están legalmente casados...”, etc., etc.

No nos alarmemos, entonces, no perjudiquemos nuestra digestión. Rebusquemos, mejor, en la basura social, a ver si aparece un vidrio de colores, una piedrecita brillante, una lentejuela olvidada, que nos consuele de la monstruosidad del 62%. Pero los privilegiados SABEMOS que la abrumadora mayoría de estos niños a lo más tendrá madre, que ellas deberán abandonar su cuidado para mantenerlos y mantenerse, que el padre “si te he visto no me acuerdo”, que no habrá para los infelices retoños hogar estable ni educación... sólo la calle, la ignorancia, la cesantía, y el múltiple acecho de la delincuencia, el narcotráfico, el alcoholismo, la corrupción sexual, ser “burreros” de la droga, placer de los pervertidos, ladronzuelos de algún ladrón-jefe, “rehabilitados” (y ojalá no asfixiados) del SENAME, etc.

Pero “aumenta el trabajo femenino”, signo de “modernidad” y progreso, se congratulan políticos y economistas.

El primer paso para la eliminación del basurero social es que los privilegiados dejemos de sacarnos la suerte entre gitanos y reconozcamos, por lo menos, su existencia y nuestra desidia.

LA LEYES LIBERTICIDAS

Las leyes Liberticidas
por Rafael Luis Gumucio Rivas
miércoles, 30 de enero de 2008

Afortunadamente, en el período republicano existían unos cuantos políticos libertarios, hoy apenas se pueden contar con los dedos de la mano: me estoy refiriendo a un liberalismo político, al estilo de Isaías Berlín y no al económico, que desprecia la democracia, donde la única libertad reconocida es la del mercado y la propiedad. En 1948 se discutía en el Senado la famosa “ley de Defensa de la Democracia” llamada, muy justamente, la “ley maldita”.
Los senadores libertarios se oponían a su promulgación pues, acertadamente, sostenían que las ideas se combaten con ideas y no con fusiles. Eran los valientes de siempre: Carlos Vicuña Fuentes, Pedro León Gallo, Alberto Cabrero y Rafael Luis Gumucio Vergara, entre otros. Según el historiador Gonzalo Vial, el Ministro del Interior Salas Romo dijo a Carlos Vicuña Fuentes “que estaba dominado por un romanticismo caduco, que añoraba las libertades de otras épocas...” Mi abuelo, Rafael Luis Gumucio Vergara, comentó “tales palabras las recojo para mí; yo también estoy dominado por el romanticismo caduco, añoro las libertades de otra época y siento instintivamente irritación contra las instituciones autoritarias” .

¡Qué diferencia con la actualidad! Socialistas, PPD y demócrata cristianos traicionando sus orígenes y a los padres fundadores defienden leyes liberticidas, como la antiterrorista, especialmente aplicada a los sindicalistas y mapuches. Confieso que me invadió un sudor frío al leer las opiniones del subsecretario del Interior sosteniendo que las leyes antiterroristas se aplicaban en todo el mundo.

Es cierto que en Estados Unidos existe la ley patriótica, por la cual cualquier ciudadano puede ser controlado en su vida privada y acusado de terrorista sin mayores pruebas; también existe Guantánamo, donde se aplica tortura y terrorismo de Estado, lo mismo ocurre con el Plan Colombia y la Seguridad Democrática. Son tan terroristas los secuestros perpetrados por las guerrillas, como los asesinatos por parte de los paramilitares y el cerco que ahora quiere poner en práctica el presidente Álvaro Uribe. Mucho se ha escrito sobre el terrorismo de Estado, que no sólo practican las dictaduras, sino también las llamadas democracias occidentales. No voy a extenderme en este acápite que amerita otro largo estudio.

Personalmente, me repugna toda violencia armada venga de donde venga y siempre he militado en la no violencia activa - la oposición de conciencia contra la tiranía – y solamente acepto, en la teoría de Santo Tomás, el rechazo radical a cualquier tiranía, aun cuando se disfrace de ropajes democráticos, como ha ocurrido muchas veces en la historia.

La historia chilena está colmada de leyes liberticidas: en 1918 un jerarca conservador propuso y logró la aprobación de la Ley de Residencia, supuestamente para perseguir a los agitadores extranjeros que propagaban el anarquismo que, en Chile, eran vegetarianos y artesanos, bastante pacifistas. Por cierto, había una contradicción entre el discurso y la acción política. Esta Ley sirvió para reprimir y expulsar del país a muchos tranquilos y afables trabajadores; en 1948 se promulgó la famosa Ley de Defensa de la Democracia, que borró de los registros electorales a los comunistas; pero la persecución se amplió a sindicalistas independientes, socialistas y falangistas. Por cierto que no se le puede pedir a los actuales demócrata cristianos, muchos de ellos empequeñecidos moralmente, que tengan el valor y la inteligencia de don Horacio Walker y de Radomiro Tomic, quienes, en brillantes discursos, defendieron la tesis de que las ideas se discuten con ideas y no con cárceles, relegaciones y exilios. En 1958, el Bloque de Saneamiento Democrático, formado por socialistas, falangistas y radicales, derogó la “Ley Maldita”. Lamentablemente, los parlamentarios la reemplazaron por la Ley de Seguridad del Estado que, en forma leguleya, distinguía las ideas de las acciones contra el Estado. Bajo esta Ley se perpetraron matanzas, como la de la población José María Caro, durante el gobierno gerencial de Jorge Alessandri y la del mineral del Salvador y Puerto Montt, durante el gobierno de Eduardo Frei Montalva. El tema central, antes y ahora, es la defensa de la sacrosanta propiedad privada. Esta ley liberticida permitió, también, que el presidente de la CUT, don Clotario Blest, pasara gran parte de sus días recluido en la cárcel.

Las bayonetas y las cárceles no congenian con la democracia, Creo que la democracia se defiende con más democracia, con mayor participación popular, con la amistad cívica y, jamás, con la cárcel, exilio y relegación de quienes luchan por sus derechos conculcados.

Es mejor recurrir al original y no a las fotocopias para explicar el concepto de la democracia protegida, es decir, encapsulada respecto a los ciudadanos. El verdadero genio de esta sui generis concepción fue Jaime Guzmán Errázuriz, fundador de la UDI; se trata de despreciar la soberanía popular y convertir a las instituciones en entes aislados de los ciudadanos, con lo cual se lleva a cabo un juego político versallesco, intrascendente y “farandulero” ; se separa, radicalmente, las reivindicaciones sociales de las políticas prohibiendo a los dirigentes sindicales postular a cargos de elección popular. Una máquina perfecta para que existan sólo dos combinaciones políticas que se repartan el poder. Si alguien osa rebelarse se le aplica una criminal ley antiterrorista. Pensar distinto equivale a ser terrorista.

Desde siempre, las distintas plutocracias han acusado a los agitadores de provocar revueltas en el pueblo; hábilmente los acusan de ser una minoría ideologizada que engaña a un pueblo pacífico y trabajador, que está muy contento con su situación. Algo similar ocurre hoy con los mapuches. Según el ministro José Antonio Viera-Gallo, sólo una minoría se rebela contra las injusticias ancestrales, perpetradas contra los pueblos originarios. Agitadores, según la plutocracia, fueron: Luis Emilio Recabarren, Luis Olea, Clotario Blest, Elías Lafferte, Pablo Neruda y Volodia Teitelboin, entre otros.

Arauco tiene una pena

El paje tuerto, Alonso de Ercilla – sobrenombre dado por mi hijo, Rafael, y que se salvó de la muerte, que le quería aplicar el apitutado gobernador García Hurtado de Mendoza, el padre del nepotismo, práctica que se ha hecho consubstancial a nuestro ethos nacional - inventó en La Araucana una épica mitológica del pueblo mapuche: Lautaro es el genio militar, siglos antes de Napoleón; Caupolicán resiste, heroicamente, el castigo de la pica; Guacolda y Fresia son las grandes matronas símbolos, que incitan a sus hombres a la lucha y, así, otros grandes héroes. Durante largo tiempo los mapuches no sólo resistieron, sino que vencieron, en sucesivas batallas a los españoles. ¡Ay de que los peninsulares pasaran el Bío Bío o el Maule!

Nada más enriquecedor que leer a los grandes cronistas y dejar de lado a los historiadores racistas, como Francisco Antonio Encina, que despreciaba a los mapuches, en una mala copia del racismo de la obra de Nicolás Palacios, La raza chilena. Encina consideraba a los mapuches como un pueblo borracho, polígamo, de un idioma y religión muy primitiva, pero guerrero e indomable.

En el siglo XVII el padre Luis de Valdivia, un jesuita que tenía más santos en la corte que en el cielo, sostuvo la tesis de la “guerra defensiva”: había que parlamentar con los mapuches y delimitarles su territorio al sur de Bío Bío. Por cierto que, a veces, los mapuches se rebelaban y asesinaban a algunos jesuitas que pretendían convencerlos de que Jesús era el Gran Cacique, y que debían abrazar la fe y abandonar sus malas costumbres, entre ellas la poligamia.

Felipe III decretó la esclavitud de los mapuches que fueran hechos prisioneros; por lo demás las mercedes de tierra siempre incluían mapuches. Sólo Carlos II terminó, en parte, con la esclavitud de nuestro pueblo originario.

La utopía, el cristianismo y la sed de riqueza caracterizaban la llamada, erróneamente, conquista pues ésta nunca existió. El único conquistador conquistado, según Santiago del Campo, fue Pedro de Valdivia, que terminó prendado ante las bellezas de nuestra tierra. Don Pedro era un gran mentiroso - aún actualmente estamos llenos de fabulistas –. Como el rey estaba muy lejos y “no había internet” Valdivia podía inventar lo que quisiera y el monarca tenía que creerle. Veamos, por ejemplo, la carta que le envía en 1550:

“ Esta tierra es tal, que para poder vivir en ella y perpetuarse no la hay mejor en el mundo, dígolo porque es muy llana, sanísima, (afortunadamente no conoció la plaga de ratones del hospital Salvador) de mucho contento; tiene cuatro meses de invierno no más, que en ellos si no es cuando hace cuarto de luna, que llueve un día o dos, (al parecer, a Valdicia le tocó el fenómeno de la “la niña”, con sequía y todo) todos los demás hacen tan lindos soles que no hay que allegarse al fuego. El verano es tan templado y corren tan deliciosos aires, que todo el día se puede estar el hombre al sol que no le es inoportuno”, ( intente hacerlo hoy y quedará más quemado que un lechón a viva llama).

Como en las antiguas novelas de entrega, que publicaban los Diarios de antaño, dejaré para un próximo capítulo el genocidio perpetrado por el ejército de Chile contra el pueblo mapuche, en la mal llamada “Pacificación de la Araucanía”.


Rafael Luis Gumucio Rivas
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DE SARKOZY A NAPOLEON

ARTÍCULO INÉDITO, ESPECIAL PARA LOS SUSCRIPTORES DE NUESTRO BOLETÍN: De
Sarkozy a Bonaparte

por Alain Garrigou*

Sería mejor preguntarse sobre la naturaleza de un poder antes de la
elección de la cual proviene. Sin embargo, la mayoría de los comentaristas
esperaron el día siguiente a la votación de mayo de 2007 para mencionar al
“sarkozismo”. Otros, más ambiciosos, recurrieron a la historia para
esclarecer el tiempo presente. Y así el nuevo presidente fue profusamente
comparado con Napoleón Bonaparte. La prensa extranjera creyó intuir a un
“nuevo Napoleón”, o remedó el célebre cuadro del general Bonaparte en el
puente de Arcole (1). A veces se atrevió a una comparación menos
halagüeña: “Napoleón, seguramente, pero el pequeño. Gusto por el oropel,
frecuentación de amigos ricos y liberalismo al estilo anglosajón: Nicolás
Sarkozy tiene más de Napoleón III que de Bonaparte (2)”.

La referencia al general republicano, convertido en Primer Cónsul y luego
en el emperador Napoleón I, es más bien favorable. Sugiere el dinamismo
del nuevo héroe, aprueba su obra de restauración del orden y su modernismo
conservador. Pero con el sobrino, presidente de la Segunda República,
convertido luego en Napoleón III, a quien sus detractores daban el nombre
de Badinguet (3), la referencia es más incierta. No es forzosamente falsa
cuando se asimila el personaje a un hombre que garantizaba el orden contra
el peligro revolucionario, preocupado por las clases populares y defensor
del librecambio. Por otra parte, el rumor del retorno de las cenizas del
emperador muerto en el exilio sugiere una simpatía más o menos discreta
del actual poder (4). Pero recuerda, sobre todo, el desastre que dejó en
la memoria francesa el iniciador del golpe de Estado del 2 de diciembre de
1851 y el vencido en Sedán en 1870. Ahora bien, es a él a quien nos
referimos al asimilar el nuevo poder a un “bonapartismo” porque, como
partido o régimen político, el bonapartismo recién nació en el Segundo
Imperio.

En otros tiempos, los adversarios de Nicolas Sarkozy habrían evocado los
valores de la República en contra de la anunciada revolución conservadora
y las posturas autoritarias del candidato. Durante la campaña electoral,
habrían invocado el recuerdo del 2 de diciembre de 1851. Ese día Luis
Bonaparte, que había sido elegido presidente por sufragio universal el 10
de diciembre de 1848 con el 74% de los votos, pero no reelegible, franqueó
el Rubicón, nombre en código del golpe de Estado efectuado por el ejército
colonial. El plebiscito le confirió legitimidad democrática, con 7,4
millones de votos positivos contra sólo 650.000 votos negativos.

Para los republicanos, esto fue desde entonces la prueba absoluta de la
perversidad de elegir el presidente de la República por sufragio
universal, una elección que Alphonse de Lamartine había justificado con un
discurso célebre e imprudente en la Asamblea Nacional constituyente: “Si el
pueblo se equivoca, si se aleja de su soberanía (…), si quiere renunciar a
su seguridad, a su dignidad, a su libertad, por una reminiscencia de
imperio (…), si nos niega y se niega a sí mismo, entonces, ¡peor para el
pueblo!” Luis Bonaparte, que estuvo durante veinte años en el poder, le
dio su nombre a un régimen autoritario, llevado a cabo por la fuerza y
ratificado por el pueblo.

El bonapartismo sobrevivió al desastre de Sedán, disminuido pero pronto
confundido con los intentos de abolir la República parlamentaria. En 1877,
la disolución de la Asamblea por el presidente Patrice de Mac Mahon fue
calificada como “golpe de Estado del 16 de mayo”, porque estaba dirigida a
someter el parlamento al ejecutivo. Con el apoyo de toda la derecha,
dominada por los monárquicos, el gobierno puso trabas policiales a la
campaña electoral republicana. El otrora exiliado Víctor Hugo publicó
entonces Historia de un crimen, su libro inédito sobre el golpe de Estado.
El espectro del 2 de diciembre fue nuevamente agitado cuanto ascendió la
estrella del general Boulanger, que encabezaba una coalición heteróclita
de bonapartistas, monárquicos y radicales, que resucitó el temor por el
golpe de Estado.

Extendida a todos los emprendimientos dictatoriales apoyados en el
sufragio universal, la acusación de bonapartismo reapareció con la crisis
de mayo de 1958. La sospecha era bastante creíble, tanto como para que el
general de Gaulle se disculpara en ocasión de su primera intervención
pública, ironizando sobre su edad, que lo ponía al abrigo de la tentación
de ser dictador. Sin embargo, la sospecha culminó en octubre de 1962,
cuando hizo adoptar por referéndum la elección del presidente de la
República por sufragio universal directo. Poco después, François
Mitterrand publicó El golpe de Estado permanente, y el comunista Jacques
Duclos, De Napoleón III a de Gaulle. Sin embargo, al renunciar
inmediatamente después del referéndum que perdió en 1969, el fundador de
la Quinta República enterró la curiosa creencia según la cual un
plebiscito era algo definido de antemano.

Desde entonces se hizo más difícil agitar el fantasma del bonapartismo. Y
los herederos de la izquierda no lo hicieron en 2007. Su alineamiento con
el presidencialismo había atenuado la infamia, así como la amnesia de los
ciudadanos, y tal vez también la incultura histórica de los socialistas.
Aunque la expresión bonapartismo sobrevivió para designar a algunos
regímenes militares extranjeros, como los de América Latina, ya no existió
más en Francia.

Al desaparecer como partido, el bonapartismo pasó a designar una vaga
doctrina o, más bien, una fórmula política de mantenimiento del orden
social por parte de un jefe autoritario y popular. El historiador
conservador René Rémond le confirió legitimidad intelectual a esta
definición al establecer una genealogía de las derechas en Francia, con
sus tres familias: el legitimismo, el orleanismo y el bonapartismo.

El éxito del libro (5), publicado por primera vez en 1954, le debió mucho
al retorno al poder del general de Gaulle y a la simplicidad de una
clasificación ternaria. Esta concepción idealista de la política,
comandada por las ideas, tenía el mérito de situar al gaullismo en la
continuidad histórica, al colocarlo en las huellas de un bonapartismo
atemperado y finalmente respetuoso de la República. Sin embargo, la
invocación sigue siendo polémica fuera de Francia cuando, por los azares
del calendario, tuvo lugar una votación el 2 de diciembre de 2007 en Rusia
y en Venezuela (6). Mala suerte si la primera consulta no cambió nada en el
régimen y si la segunda constituyó una desventaja para el presunto
dictador.

Tampoco en Francia hubo un golpe de Estado en abril-mayo de 2007 cuando un
candidato ganó al término de una elección regular; ya no hay un ejército
colonial tentado por los golpes de Estado; no hay disolución de la
asamblea ni medidas policiales contra las libertades políticas.

Lo que hubo fue un programa de revolución conservadora anunciado y en vías
de ser aplicado conforme a las normas de los regímenes representativos. La
fórmula de modernización política mediante la alianza del liberalismo
económico con el autoritarismo político se ha vuelto tan banal que el
bonapartismo parece haberse disuelto en la historia.

Más allá de comparaciones superficiales de estilos, de caracteres o de
biografías entre los hombres, existen proximidades reales que acercan la
“sociedad del 10 de diciembre” que eligió a Luis Bonaparte en 1848, apoyó
el golpe de Estado y luego el Imperio, al electorado de Sarkozy. Algunas
correlaciones estadísticas desmienten todas las complejidades de la
ciencia política: los electores votaron a favor de Sarkozy, principalmente
los ricos y de bastante edad. Sin embargo, una oligarquía no basta para
conferir la consagración al sufragio universal: ayer como hoy, fue
necesario encontrar los grandes números que constituyeran una mayoría.

Luis Bonaparte reunió a un campesinado angustiado por la crisis social de
la Segunda República. Esas masas electorales tienen equivalentes
contemporáneos en la población francesa envejecida y en las categorías
populares. Aquellas que, al sentirse amenazadas por el descenso de
categoría, ya antes habían convertido su rebeldía en un llamado a la
autoridad, bajo la forma de un voto por el Frente Nacional. El
desmantelamiento de las solidaridades sociales acentuó la propensión a
remitirse a un jefe carismático, aunque mediocre, pero poco avaro de
certidumbres tranquilizadoras sobre el futuro. En cuanto a la amenaza
subversiva, la de los barrios periféricos reemplaza bastante bien al
difunto espectro rojo del comunismo, contra el cual el escritor Auguste
Romieu apelaba al sable y la masacre en 1851. “Hay que enviar el
ejército”; esta frase de un internauta después de los disturbios urbanos
de Villiers-le-Bel en noviembre último, es un eco siempre recurrente del
partido del orden, aun cuando ya no haya un ejército para esa tarea.

Y además, el modo de gobierno rápidamente inaugurado por el presidente
Sarkozy alimentó un poco más la referencia bonapartista. Es cierto que el
debilitamiento del Parlamento, ampliamente rebajado a la condición de una
cámara de registro, no es nuevo en la Vº República. Pero la concentración
de las decisiones en el Elíseo no había llegado nunca tan lejos. En este
sentido, la reforma administrativa y financiera que “puso orden” en los
estatutos del personal afectado a la presidencia, en cierta manera oculta
por el aumento de la remuneración del presidente, cumplió con la fórmula
de un gobierno presidencial. Esa fórmula que el general de Gaulle había
desestimado en 1958 y que ninguno de sus sucesores llevó a cabo.

En lugar de plebiscitos pesados e inciertos, las encuestas, seguidas como
una brújula para la gestión de los espíritus, y exhibidas como una prueba
de la adhesión de la “opinión pública”, parecen un procedimiento de
ratificación popular más moderno y sistemático. En cuanto a la celebración
de la fe religiosa, iniciada por el Ministerio del Interior y de Cultos, y
luego seguida por el canónigo de Letrán (7), de visita en el Vaticano,
recuerda el despertar católico que suscitó el Segundo Imperio, aun cuando
parece improbable la aparición de una nueva Bernadette Soubirous.

El actual espectáculo people no se parece en nada a la fiesta imperial que
ponía solemnemente en escena los matrimonios y los bautizos dinásticos.
Pero tampoco es inocente en su búsqueda de simpatía popular por las
alegrías y penas de la familia. Sin embargo, la saga del Elíseo se inspira
más bien en las series televisivas, tratando de conciliar el narcisismo del
príncipe con la adulación de los ociosos. Marca, sobre todo, una nueva
ruptura de las formas visibles de dominación: de común acuerdo con su
líder político, la oligarquía rompe con más de un siglo de discreción
burguesa, que había rechazado las brillantes fastuosidades de la corte
imperial, reemplazado los uniformes recargados por trajes grises, y las
crinolinas y los escotes por prudentes vestidos femeninos. La cultura del
narcisismo tiene, por lo menos en este punto, las apariencias de un
retorno al antiguo régimen.

El bonapartismo, que describe a un régimen político oligárquico apoyado
por el sufragio universal, suscita siempre un enigma: ¿cómo el pueblo
puede imponerse cadenas? El pueblo no pudo ser libre, se convencieron
algunos republicanos ante las ratificaciones del golpe de Estado y luego
del Imperio. Pero los más lúcidos no lo solucionaban tan fácil. Jules
Ferry acusó a la ignorancia y la credulidad del campesinado en el seno de
las comunas, esa “molécula electoral (8)”. Una vez de vuelta en el poder,
no retrocedieron ante los procesos de intención y las maniobras para
contener al enemigo bonapartista y defender la única forma de democracia
que quieren tener: la república parlamentaria.

El escándalo de la servidumbre voluntaria suscita siempre un malestar más
allá del juicio partidario. Se expresa mediante un sentimiento que las
encuestas nunca revelan y que, sin embargo, ha flotado sobre Italia
durante los años de Berlusconi, o sobre Estados Unidos durante la
presidencia de George W. Bush: la “vergüenza”. Ese sentimiento resuena
como un eco de las sublevaciones inscriptas en los diarios íntimos de los
contemporáneos de Napoleón III. Charles Baudelaire escribía entonces: “El
2 de diciembre me despolitizó físicamente (sic). Ya no hay ideas generales
(9)”. En el lenguaje de la época, el poeta sostenía que las ideas habían
sido eliminadas por “la política de los intereses”, “cuando la riqueza es
mostrada como el único propósito final de todos los esfuerzos (10)”.

Al abrigo de las libertades inglesas, otros contemporáneos como Kart Marx
no censuraban su viril indignación: “No basta con decir, como lo hacen los
franceses, que su nación ha sido sorprendida. No se perdona a una nación,
no más que a una mujer, el momento de debilidad en que el primer
aventurero que llega puede violentarlas (11)”.

1 Respectivamente “Der neue Napoleón”, Stern, Hamburgo, 10-5-07, y The
Economist, Londres, 14-4-2007.

2 Courrier International, París, 12-7-2007.

3 Este apodo se lo pusieron sus adversarios, como recuerdo de su evasión
del fuerte de Ham, el 25 de mayo de 1846, disfrazado con las ropas de un
obrero de ese nombre.

4 El deseo del ministro Christian Estrosi de repatriar las cenizas del
emperador Napoleón III fue señalado por Le Canard Enchaîné el 19-12-07.

5 Publicado primero con el título La droite en France de 1815 à nos jours
(La derecha en Francia de 1815 a nuestros días), el libro se titula ahora
Les droites aujourd’hui (Las derechas hoy), Louis Audibert, París, 2005.

6 “Les coups d’Etat du 2 décembre”, Courrier international, París,
29-11-07.

7 Desde el siglo XVII, los soberanos y jefes de Estado franceses reciben
el título de canónigo de la basílica de San Juan de Letrán (Roma).

8 “La lutte électorale en 1863”, en Discours et opinions, Armand Colin,
París, 1893.

9 Charles Baudelaire, Lettres (1841-1866), Mercure de France, París, 1906.

10 Charles Baudelaire, Prefacio a Pierre Dupont, Chants et chansons,
París, Lécrivain et Toulon, 1851.

11 Karl Marx, “Le 18 Brumaire de Louis Napoleon”, en Œuvres Politique I,
Gallimard, París, 1994.

*Profesor de ciencias políticas en la Universidad París X-Nanterre. Autor
de una Histoire sociale du suffrage universel en France (Historia social
del sufragio universal en Francia), Seuil, París, 2002.

Traducción: Lucía Vera